Las mujeres tenemos ese “ no-se-que “ que nos lleva a disfrutar de poner el amor en palabras, contar, escribir, felicitar y hacer con nuestras cartas avioncitos de papel que cruzan cordilleras, saltan las fronteras y llegan “ noc noc “ a la ventana…
Que deleite decir, cuando ustedes escuchan, que regalo escuchar cuando lo que cuentan tiene la frescura de la lluvia en verano… ¡No cambien nunca!
Veo a mis pacientes madres, a mis amigas madres, contemplo las diferencias y el idéntico trasfondo del amor materno, y mi amor por ellas se condensa en una lágrima. Rueda por mi mejilla, cae en una estrella…
Escribe mi poeta más querido “ podría navegar el mundo en una de tus lágrimas” lo dice cuando su mujer está embarazada de su cuarto hijo, Sebastián, y si, el mundo cabe en una lágrima.
La esencia de las madres es su entrega, ese total olvido de ellas mismas en tanto ego, en tanto individuo con prioridad en sí mismo, sus necesidades, preferencias y deseos. Es la abnegación completa, el sacrificio silencioso. Entendamos el término “sacrificio” por favor, es hacer sacro, hacer sagrado algo, es dejar lo inferior en aras de lo superior; en lo absoluto es victimizarse. Si hay victimismo, hay egocentrismo hay carencia, debilidad, reproche y queja. El victimismo es la sombra de la maternidad, no su esencia.
El amor no es víctima jamás, el amor es pura fuerza, da porque quiere y puede, avanza porque no teme, arropa porque es la ternura misma. Enciende porque es fuego, se derrama por ser fuente, se regala por ser espíritu.
El espíritu es en ellas, amor.
Las veo y me maravillo… A fuerza de disolverse se han hecho inmensas, a fuerza de negarse se han afirmado en el alma, a fuerza de embellecer la vida de otros se han convertido en faros.
Feliz día a todas.
Feliz día a los hombres, que aman a sus mujeres.
Feliz día a los obstetras que las cuidan, las comadronas que las acompañan, los pediatras que las tranquilizan.
Feliz día a lo maternal en todos, esa capacidad del alma humana de servir al otro.
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