Acompañan,
no porque estén
siempre que las manecillas
del tiempo
marcan
intensa necesidad,
sino porque tienen
esa sagrada voluntad
de estar,
que les lleva a dejar,
lo que sea,
para acabar llegando.

Acompañan,
no porque siempre tengan
la palabra justa
en la ofrenda de su palma,
sino porque escuchan
con todo el corazón.
Acompañan, cuando están cerca
y cuando están lejos,
acompañan,
con esa presencia suya
casi tan
en-to-das-par-tes
como el aroma del pan
o el mismo aire.

Mmmmm… En todas partes.
En los sueños, los recuerdos
las dedicatorias de los libros
la cocina,
el futuro y la sonrisa.
En el suspenso insoportable
de los amores
que se inician,
y el casi insoportable desconsuelo
de los que terminan.
En esos trances
que siempre llegan,
cuando perdemos la brújula
con nuestros hijos,
y en el tiempo sagrado
de ir pasito a paso
hasta el final del muelle
de las lágrimas,
cuando ponen
rumbo al cielo
nuestros padres.

Acompañan,
no porque eviten la caída
sino por esa adorable forma
de extender
el alma
y la mano.
No porque eliminen el dolor,
sino porque lo abrazan.
No porque estén de acuerdo siempre,
sino porque respetan
todas las veces.

Acompañan,
no porque detengan el tiempo
o sus pérdidas,
sino porque son
tan fieles
tan testigos
tan constantes,
tan amigos,
que es en ellos
y por ellos,
que acabamos por ver
la belleza
que la madurez otorga.

Acompañan tanto,
que se entretejen
a tu alma
y no distingues
tu ser,
de tu ser en ellos,
y pese a tu libertad
comprendes,
que no existe tal cosa,
como tu ser,
sin ellos.