La Búsqueda de la Felicidad
La vida tiene tanto de arte, como de ciencia. El arte ama las paradojas, la ciencia (si es la de vanguardia) las incluye. La vida está llena de profundidad y paradojas. Nuestra cultura nos vende a través de la poderosa maquinaria de la publicidad una imagen de la vida superficial y falsa. La idea de que la felicidad tiene como condición una serie elementos externos: juventud, belleza física, vitalidad, actividad, riqueza, buena posición social, etc. ha hecho un daño enorme y sigue talando destinos.
Además de concebir una vida feliz como ligada a condiciones externas, la concebimos como ajena al dolor, huimos del dolor. El uso amplio de analgésicos, antidepresivos y somníferos, así como el uso del alcohol, drogas y las adicciones varias así lo atestiguan. La verdad es que el dolor es un maestro y el único problema reside en no acceder a su lección. Siempre busca mostrarnos algo y si lo comprendemos, nos lleva a ser mejores.
La felicidad es posible a pesar de las dificultades, no necesitamos anestesiarnos con somníferos, ni evadirnos con la televisión o los videojuegos; tan sólo necesitamos comprender la verdadera naturaleza de la vida. Es posible ser felices a pesar de la muerte, pues la muerte no es lo contrario de la vida. Es posible ser felices a pesar de la tristeza, pues la tristeza y la alegría pueden coexistir, como la luz y la oscuridad en el atardecer. La tristeza con alegría es una tristeza esperanzada, sin amargura, con interiorización reflexiva fértil. Es posible ser felices sin mucho dinero, porque el dinero no es sinónimo de riqueza. Ser felices es posible a pesar del dolor y la tristeza porque la felicidad lejos de ser dependencia de gratificaciones externas, es ese sentimiento leve de paz, compasión y aceptación propias de nuestro ser.
Creencias sobre la Muerte
Si hay un ángel que anota las penas de los hombres
así como sus pecados, bien sabe cuántas y cuan profundas
son las penas nacidas de falsas ideas de las que nadie tiene la culpa.
George Elliot
¿Y si tuviéramos una falsa idea sobre la muerte? ¿Y si nuestra falsa comprensión sobre la muerte fuera clave en nuestra confusión respecto a la vida? Nuestra cultura está extremadamente desarrollada en su conquista del mundo exterior, tenemos avances en la ciencia y la tecnología que han cambiado todas las facetas de la vida. ¿Y el mundo interior? ¿Nos prepara la educación familiar, la académica o la religiosa para transitar bien la vida, el dolor, las pérdidas y la muerte? Las más de las veces no, sólo queda un camino: elegir reaprender, desprogramarnos de los falsos conceptos y crecer como hijos de nuestra propia consciencia.
Lo más doloroso de la vida es la muerte: por un lado el temor a la propia muerte y por otro el dolor por la pérdida de alguien muy querido. La muerte resulta dolorosa y temible porque la concebimos como el fin de la vida. ¿Y si no fuera así? ¿Y si la muerte es el fin del cuerpo, pero la vida es continuidad de la consciencia? Esas dos visiones coexisten hoy, millones de personas creen una cosa, millones creen la otra. Nuestras creencias dependen de nuestra educación y nuestra experiencia. Quienes se educaron en el budismo, el hinduismo o muchas culturas indígenas creen en la reencarnación. Quienes se educaron como cristianos creen en una única vida y un más allá eterno (aquellas partes de la Biblia en donde Jesús hablaba sobre la reencarnación se omitieron en el año 553, en el Concilio de Nicea). Muchos otros creen que la vida se acaba y no hay nada más allá. Por último nos queda un cuarto grupo, el más interesante, aquellos que creían que la vida se acababa pero experimentaron la muerte clínica y regresaron luego al cuerpo.
¿Cuál es la experiencia de quienes han estado muertos y regresan a la vida? ¿Hay registros fiables? ¿Hay estadísticas? Estados Unidos es el país de las estadísticas, y como no podía ser de otra forma han documentado esta experiencia. Se cita la cifra de experiencias de regreso al cuerpo como de un aplastante 8% de los norteamericanos, es decir millones y millones de personas. Muchas de estas muertes ocurren en hospitales con evaluaciones médicas que certifican el exitus. ¿Hay algún factor común en lo que cuentan? ¿Es positiva o terrorífica la experiencia? ¿Influye de alguna forma en la actitud posterior ante la vida?
Hay un elemento común en lo que relatan y es común a todos, con independencia del número de minutos que están fuera del cuerpo, de la edad, la raza, el ser ateo o religioso, hombre o mujer, todos viven una experiencia de amor. Todos hablan de una vivencia de profunda paz, de levedad, de expansión y un amor que no se compara a nada de lo que habían experimentado en vida. Experimentan el estado de conectividad y comunicación con todo del que hablan los místicos en los estados meditativos profundos, en definitiva, experimentan la unión con la vida, con Dios.
Al regresar esas personas viven con la certeza de que la vida está llena de sentido y se convierten en personas más pacientes, más cordiales, más pacíficas. Trasladan el énfasis de su vida del tener al ser, se llenan de un profundo sentido de respeto por toda forma de vida.
Duelos Sanos
Existen dos tendencias incorrectas que podemos identificar y corregir como sociedad, como protagonistas conscientes de nuestras vidas.
- Creer que es normal que el duelo sea largo y doloroso, creer que sólo estando deprimidos honramos al que ha muerto, sentir que es natural que nuestra vida pierda sentido, o
- Evitar el dolor mediante conductas de evasión, tener respuestas maníacas, anestesiarse con altas dosis de antidepresivos o caer en el bloqueo de las emociones.
¿Qué se requiere para un duelo sano? Tres cosas:
- Una sana capacidad de sentir, expresar y liberarse del dolor
- Un correcto acompañamiento
- Una identidad madura
Vivir es sentir, llorar no es una debilidad. Podemos llorar la pérdida de un ser querido si sentimos que nos comprenden, que se nos permite un tiempo de estar vulnerables, si se nos escucha. Nada duele más que sentirse incomprendido. Ni la sobreprotección, ni evitar el tema son medidas apropiadas para acompañar, la esencia de acompañar es escuchar ya que cada uno tiene una forma distinta de transitar su duelo. Sabe escuchar quien no prejuzga, quien no da recetas, quien no impone ritmos, quien se entrega en el acto de acompañar con el corazón abierto. El respeto silencioso, la apertura cálida, la solidaridad incondicional y la presencia solícita son las mejores actitudes que como amigos podemos ofrecer a quien vive un duelo.
Los duelos son más o menos duros en función de dos factores esenciales: el nivel de madurez del carácter y las creencias. De las creencias ya hemos hablado, la importancia de viajar desde una visión materialista en la que la vida se identifica con el cuerpo, a una visión espiritual en la que la vida tiene el cuerpo como instrumento, lo habita y continúa luego de su muerte es crucial. El nivel de madurez del carácter también.
Un carácter maduro admite el dolor y las pequeñas muertes, las pérdidas, los cambios. Eludir el dolor lleva a la neurosis, como decía Carl Jung “la neurosis es siempre el sustituto de verdaderos sufrimientos”. Estar sanos es muy distinto de estar dormidos, hemos identificado la salud mental como la ausencia de crisis y eso lejos de ser salud es estar muerto en vida. Salud mental y emocional es la habilidad de transitar las crisis en el momento en que se presentan, sin negarlas, sin oponerse, creciendo con ellas.
Existe un símbolo bellísimo que condensa esta idea y es frecuente que lo pasemos por alto, me refiero al ritual de la eucaristía en la iglesia católica, ritual que repite el gesto inmortal de Jesús de partir el pan en la Ultima Cena. Recordando a Aquel que encarnó el Amor, los sacerdotes rompen en dos la hostia porque es rompiéndonos como nos abrimos a lo superior. Lo superior es Dios, el Amor, la Vida, sólo abiertos, entregados, receptivos puede la Vida entrar en nosotros. El ritual recuerda las paradojas esenciales de la existencia, es muriendo como renacemos, es perdiéndonos que nos encontramos, es desprendiéndonos como nos construimos.
Podemos nacer a una concepción distinta del dolor, de la crisis, si lo hacemos los momentos de sentirnos mal con la vida, con nosotros mismos serán los más fértiles, de ellos podemos nacer a un nuevo nivel de integridad, de madurez, de sabiduría.
Un Carácter Maduro
Si vamos por la vida negando en nosotros lo que está mal, huyendo del verdadero cuestionamiento o admitiendo los problemas pero sin asumir el trabajo personal de crecer y superarlos vivimos de espaldas a la vida. De espaldas a la vida se cae en la insensibilidad o en la tendencia a culpar a los demás de nuestros problemas, al gobierno, a la madre, al marido, al jefe. La realidad es que nos pasan sí cosas objetivas, pero según a quien le ocurren dichas cosas son diferentes, la subjetividad termina primando siempre en lo humano. Somos libres de elegir como vivimos las pérdidas, las muertes, los desafíos, las vivimos aprendiendo más o menos, sufriendo más o menos, dañando a otros en un grado o en otro en función de nuestra madurez.
Casi nadie tiene un carácter completamente inmaduro, casi nadie ha llegado a la completa madurez. Todos tenemos áreas en las que hemos avanzado y otras en las que tenemos que trabajar. Nuestros logros se ven en nuestro grado de felicidad y nuestra capacidad de ayudar a otros, de construir un mundo mejor. Nuestra inmadurez se ve en el sufrimiento emocional (ansiedad, depresión, miedos, obsesiones, inseguridad, inestabilidad, etc), la enfermedad, los problemas de relación así como en la dificultad ante las pérdidas y los cambios.
Un carácter maduro requiere, entre muchos otros ingredientes de cinco elementos básicos: autoestima, autoaceptación, autoconocimiento, desapego y discernimiento.
La autoestima es una experiencia interna, reside en el núcleo de nuestro ser, es lo que yo pienso y siento sobre mi mismo, no lo que otros piensan y sienten sobre mí. Una autoestima sana incluye una autocrítica sana, si realmente nos amamos podemos tolerar enfrentarnos con nuestros aspectos inmaduros, oscuros. Podemos reconocer lo que nos impide ser libres y reconociéndolo transformarlo gradualmente.
La autoaceptación es una vivencia de incondicionalidad que emana del ser, que nos permite contactar sanamente nuestra sombra. Ella pugna por emerger constantemente, ya que si emerge y la aceptamos se sana. Pero el ego defensivo rehúye la sombra, la herida, la carencia, con intención de evitar el dolor. Evitarlo sólo lo aumenta, ya que una herida sepultada se agrava. La autoaceptación, es el primer paso contundente en dirección de amarnos a nosotros mismos. En muchos casos es la ayuda de un terapeuta la que proporciona la aceptación y se convierte en el faro que permite navegar la crisis. Mantener una actitud de autoaceptación es sinónimo de tener un deseo de crecer, de mejorar, de aprender superior a la natural tendencia a buscar la aprobación y a preservar nuestra imagen positiva de nosotros mismos.
El autoconocimiento es la consecuencia natural de la autoaceptación, es ese proceso gradual de expansión de la consciencia por el cual llegamos a conocer los motivos profundos que nos mueven a actuar. El crecimiento espiritual es sinónimo del logro de la pureza en esos motivos.
El desapego es condición indispensable del amor maduro. Implica que se ha dejado atrás el egocentrismo, la dependencia, la necesidad de recibir, de ser el centro, de que satisfagan nuestros deseos. Implica una sana capacidad de aceptar las pérdidas y los cambios. Supone el conocimiento de que no poseemos nada de lo que retenemos, sólo poseemos aquello de lo que hemos tomado posesión desde la profundidad nuestro ser.
El discernimiento es sinónimo de elegir el camino del ser sobre el del tener en las infinitas y muchas veces complejas disyuntivas que nos pone la vida. Supone ir comprendiendo por ejemplo que una buena imagen social, el éxito, los honores, la juventud, el dinero, las posesiones o el satisfacer las expectativas de los demás, no son cosas que por sí mismas garanticen la felicidad.
La madurez es la condición para una vida plena y una vida plena requiere de una madura aceptación y comprensión de la muerte. Sea que tengamos o no una visión espiritual de la continuidad de la consciencia, no podemos eludir la muerte como parte integrante de la vida. Sólo cambiando, muriendo a la vieja identidad, estando abiertos podremos vivir realmente.
Isabella Di Carlo es psicóloga clínica, especialista en Homeopatía, Esencias florales y Sintergética. Es autora de Valores que Curan, La Sal de la Tierra y La Vida Siempre Puede Mas – Editorial Anahata.
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