Sucede a las tres en punto de la tarde

aunque no hay relojes.

Treinta y tres años,

tres cruces en el Gólgota

a las tres de la tarde.

La envidia y la codicia condenan,

el miedo ejecuta la sentencia,

a las tres de la tarde.

La cabeza coronada por las Pléyades

sangra ceñida de burlas y espinas,

a las tres de la tarde.

La tierra tiembla con dolor y con ira,

llamaradas convierten en volcanes las colinas,

a las tres de la tarde.

María se alza más allá de lo imposible,

corazón de león, nervios de Esparta,

a las tres de la tarde.

Verónica atraviesa la muchedumbre en su locura por aliviar Su rostro,

a las tres de la tarde.

Su rostro queda impreso en la sábana

y los siglos pasan,

a las tres de la tarde.

María mira a Su hijo, 

El Amor mira a María,

misterio insondable,

a las tres de la tarde.

El cirineo acude puntual, carga la cruz

a las tres de la tarde.

María ve felicidad

más allá de la agonía

en el ladrón que se arrepiente, a las tres de la tarde.

María Magdalena es un ovillo abrazado al madero,

a las tres de la tarde.

La lluvia bautiza de sangre el Amor entero,

a las tres de la tarde.

Todo se consuma

a las tres de la tarde.

El Cielo deja la tierra… a las tres de la tarde.

La Tierra se eleva al cielo… a las tres de la tarde.

Siempre fueron las tres de la tarde

las tres en punto de la tarde,

al nacer Ella, al nacer José,

al nacer la estrella de Belén,

en el bautismo del Jordán,

al multiplicar los peces y el pan.

En los treinta años

y los tres.

En el Gólgota,

el viernes imposible

al perdonar en la agonía,

siempre.

En los treinta años y los tres.

En el monte

cuando regresa al Padre

abriéndonos camino.

Siempre.

Siempre serán las tres de la tarde,

en punto, las tres

para todo corazón

que sea, lo que Es.