¿Dinos Señor, te recordamos lo suficiente?
¿Como sería el mundo, si pidiéramos Tu claridad?
Oramos al dios el amor, pero el amor sin discernimiento hace daño, es posesivo, cree proteger y limita; cree dar y controla. El amor sin claridad, se apega a todo, heridas incluidas, y así en su santo nombre, incontables corazones acaban siendo caminante sin destino, pozo sin agua, tierra yerma.
Oramos al dios de la abundancia, pero la riqueza que no se distribuye, es la pobreza de muchos. Las propiedades terminan poseyendo a sus dueños, el despilfarro acaba llevando a las deudas. La abundancia sin claridad, es otro nombre de la miseria.
Oramos al dios de la salud, cuando la salud ya nos había sido dada y de tener discernimiento, jamás le hubiéramos hecho esto al cuerpo… Templo que no es nuestro, regalo que debimos cuidar con esmero.
Oramos al dios de la suerte, para lograr esto o aquello, quizás esto y aquello. Pedimos lograrlo ahora, que la vida es corta, que hay que vivirla ya, que esperar es tontería. ¡Ay de nosotros! El de la suerte, es el dios que si concede…
Oramos al dios de la justicia, para que se acaben los abusos, la corrupción y la violencia, lloramos por el infierno de muchos; cuando el infierno es esa creencia nuestra, de que le mundo va a cambiar porque nos indignemos, o repitamos en un circulo sin final, las noticias de las tragedias.
Así pedimos y pedimos ( tan escasa es nuestra claridad, que a pedir le llamamos orar), hasta el día de agotarnos y callarnos por fin.
Y preguntarnos si estaremos pidiendo bien.
Callarnos por fin
y seguir mudos.
Ese, es el día
de pedir claridad
para dejar de pedir,
y ser la solución
que estamos a llamados a ser.
Y dar.
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