La verdadera fuerza es serena y luminosa, es condición de la grandeza. Es extraño que en ocasiones se la confunda con la debilidad. Son debilidad la violencia y el territorialismo, el afán de dominar o poseer. Estas cuatro debilidades hacen al ser humano pequeño y peligroso; alejándole infinitamente de su verdadera esencia. Esas debilidades son fuente de sufrimiento para todos, para el que las tiene y para quienes reciben el impacto de su acción.
La debilidad de la violencia se vincula a la no superación de ira y el miedo. El territorialismo, el afán de poseer y el de acumular, son la no superación de la codicia, el apego y la gula. El deseo de dominar denota el fracaso en sobreponerse a la competitividad, simple instinto primitivo que debimos dejar atrás, ya que cooperar es la esencia de ser humano.
Fuerza es capacidad de sobreponerse, de vencer una resistencia, capacidad de conquistar una nueva área de la consciencia. Todo proceso de evolución, desarrollo y refinamiento tienen como condición vencer una resistencia. La mariposa debe desplegar con arduo esfuerzo las alas hasta romper la crisálida, los polluelos deben llegar a perforar la cáscara del huevo y la semilla debe abrirse camino en la tierra hasta emerger al sol. No hay alas, ni flores, virtudes, ni dones, que no sean hijos de una fuerza aplicada en la direccion correcta, el tiempo necesario.
La fuerza aplicada en la direccion correcta, es la condición del despliegue de la luz. Victoria tras victoria, en el sendero del alma nuestra naturaleza inferior va transformándose, purificándose y ganando belleza. Es la fuerza quien permite el ascenso a las virtudes de la humildad y la discreción, de quien venció el orgullo y la vanidad. Es la fuerza quien permite conciliar los opuestos revelando su complementariedad y expresando equilibrio y sabiduría. Es ella, quien hace posible la subida a la cumbre de uno mismo, esa consciencia de pertenencia que garantiza la inofensividad al sentirnos unidos a todos, parte de todo, necesarios. Es ella quien permite enfrentar y resolver las heridas de abandono y rechazo que permiten amar.
El camino al alma es tan arduo, como espléndido. Es el sendero a la paz sólo esa vía nos permite ser instrumentos del bien. Solo siendo instrumentos del bien, vivimos la plenitud.
Que ninguna bruma empañe su nombre. Que dejemos de separarla de la paz. La paz no es ausencia de lucha, es capacidad de gestionar los conflictos desde le centro. Se requiere fuerza para afrontar con calma y claridad lo adverso, y se gana fuerza al hacerlo.
Que dejemos de separarla del amor. Amor no es romanticismo, ni querer al que nos quiere, ni mucho menos depender del que nos da. La purificación interior necesaria para amar bien, perdonar, amar en el dolor y en la adversidad seguir amando, requiere enorme fuerza.
Que ninguna bruma empañe su nombre.
La fuerza aplicada con discernimiento y sabiduría, lo purifica todo.
Lo embellece todo.
Lo puede todo.
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