Vivimos un momento sin precedentes, no porque sea la primera vez que ocurre algo que nos afecta a todos, sino porque somos agudamente conscientes de que en efecto, esto va con todos. Por acción o por omisión, en un grado o en otro, el hambre de millones ya era cosa de todos, así como las guerras, la corrupción política, la contaminación, el cambio climático y tantas otras cosas que clamaban desde hace tiempo DETENEROS. Decían basta; gritaban, parad todos. Pero de alguna forma lográbamos no detenernos, seguir dividiendo el mundo entre aquí y allí; para poder actuar aquí con independencia de lo que ocurra allí. Ya no.
El primer regalo del COVID 19 es impedirnos seguir separando lo que siempre estuvo unido. El está en todas partes, recordándonos que la vida está en todas partes. Nos recuerda que lo que le pasa a un órgano, le ocurre al cuerpo; lo que le pasa a un individuo, le ocurre a su entorno; lo que le pasa a una cuidad, le ocurre al país; lo que le pasa a un país le ocurre al mundo.
Si fuéramos aún más allá, veríamos que para ayudarnos a ver, actúa sobre la respiración y todo respira. Los animales alados, los de cuatro patas, los de seis y los de cien todos respiran. Los de los océanos y los ríos, respiran. Todo respira y la “otra respiración” la que exhala oxígeno, la que permite la nuestra, la de las algas, las selvas y el árbol debajo del ventanal, está conectada a todo lo demás. Y si fuéramos más allá, veríamos que detrás de la respiración está la pulsación y todo pulsa: el átomo, el sol y las estrellas, todo. Todo tiene una frecuencia característica, el Universo es el diálogo armónico entre ellas.
El segundo regalo del COVID 19 es llevarnos de regreso a casa, dándonos la oportunidad de pasar de detenernos a interiorizarnos, si así lo elegimos. Si nos interiorizáramos el primer regalo, la verdad de la conexión de todo con todo, dejará de ser una idea, un concepto intelectual y se anclará en la vivencia. Lo que se ancla en el sentir siempre abre caminos nuevos. Cuando nos interiorizamos se reúnen por fin el dolor del que huíamos y el amor que siempre aguardó en nuestra profundidad. De la reunión surge la sanación, de la sanción surge la inofensividad; sólo quien está herido, hiere.
Si aceptamos el segundo regalo, interiorizarnos, llegaría el tercero: transformarnos. Cuando nos interiorizamos somos como el capullo, cuando nos transformamos emergemos de la inmersión en el silencio, como mariposas. Aqui, ahora, detenidos, interiorizados, conmovidos, al borde de las lágrimas surge la pregunta … ¿ Y si el tercer regalo no fuera sólo individual? ¿Y si la oportunidad ahora fuera adquirir la inmunidad colectiva, ante el virus del egoísmo colectivo? ¿Lo imaginan? Ibamos camino de una pandemia de miseria, íbamos a legar un sistema financiero crónicamente enfermo a nuestros hijos y sus hijos. Ya les legamos la extinción de miles especies y el cambio del clima.
Sin embargo y este es el cuarto regalo, lo que COVID 19 nos enseña es que no sabemos cual es el potencial del amor, pero ahora tenemos la oportunidad de descubrirlo.
Quizás este virus sin fronteras, difícil
de detener y aislar;
vino
a enseñarnos que el amor no tiene fronteras;
que
nada, absolutamente nada puede detenerlo, desviado, ni aislado.
Su
poder radica en ser la esencia misma de la vida.
Todo
esta unido.
Todo
respira.
Todo
pulsa y pulsa por amor.
Resuena en nosotros la voz profética : “Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos la energía del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego.”
Teilhard de Chardin
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