“El amor camina por senderos,
por los que ni los lobos se atreverían a andar”
Lord Byron

El amor nos bendice y nos maldice. Nos atrae, convocándonos sin escapatoria, y con la misma sonrisa con la que nos llama, nos disuelve. ¡Ay de nosotros! hasta que comprendemos que disolvernos es vivir.  ¡Ay de nosotros! creyendo aún, que es morir.

Eso en nosotros, que aún teme el cambio, tiembla ante el amor, porque su esencia misma es llevarnos a donde nunca hemos estado…  El amor es misterio, revelación. Es abismo y salto.

Así somos, luz y sombra, valentía y falta de valor… Adoramos y tememos al amor. Adoramos y tememos al misterio. El misterio es viaje, aventura, riesgo, es descubrir y gozar de hacerlo. Misterio no es algo que ocurre afuera, es algo que soy. Misterio es precisamente lo que soy, pero aún no conozco. Lo que estoy llamado a sentir y aún no siento; lo que estoy llamado a ver y aún no veo.  Misterio es revelación. Es partir y dejar atrás, es llegar, caminar descalzos en la arena, hacer un collar de caracolas, sentir el sol, llenar las alforjas de agua dulce y vigor.  Es volver a zarpar.

Misterio es el conocimiento que espera, la experiencia que falta, el vuelo que aún guardan las alas. Misterio es esa otra belleza no presenciada, las estrellas de otro cielo, las cumbres más allá de la esfera de plata.

Para el bebé, misterio es caminar, andar sin la mano de mamá, avanzar sobre sus propios pies; paso a paso llegar a las fresas, y con esa destreza recién conquistada de dominar su manito, coger una y saborearla. Para nosotros, misterio es andar sobre nuestros propios pies, hacia la inmensidad que nos aguarda.

Lo sentimos innegable como el sol: “soy tanto más de lo que sé que soy”…
A veces nos fascina. A veces nos retrae.
“¿Que pasará si no llego?“ pregunta una voz insidiosa, en algún lugar polvoriento de nuestra mente.
“¿Y si no fuera real?” añade, como empezando a preparar la retirada.
“¿Y si no hay cielo, ni amor, ni misterio? agrega, invitando a ser prácticos, adultos, adaptados. Tentación de tentaciones, escucharla, quedarse en tierra firme. Evitar el dolor.

¡Es tan comprensible! Duele hondo como un puñal, adorar algo que no podemos tener. Es tan frecuente creer que no podemos tener ese otro yo, que siente lo que estamos llamados a sentir y aún no sentimos; crea lo que estamos llamados a crear y aún no creamos; abarca lo que estamos llamados a abrazar y aún no abarcamos, que renunciar resulta dulce. Muy dulce.

Y funciona, durante un tiempo, funciona. Nos convencemos de que la vida es lo que es ahora; la tensión entre lo que soy y lo que estoy llamado a ser, se afloja, descansamos. Descansamos acurrucados, disfrutándolo; descansamos luego un poquito entumecidos, acabamos por ver que ya no es descansar, sino vivir dormidos… Y vuelve la otra voz, esa a la que no le importa si podremos o no, a la que sólo le importa intentarlo. Esa que habla de que morir en el intento es honorable, y vivir sin abrazar el misterio es de cobardes. Así que nos lanzamos, a sentir el anhelo, el jalón, la llamada.  Nos desgarre o no, aceptamos el viaje.

“El amor camina por senderos, por los que ni los lobos se atreverían a andar”. Los lobos se atreven con tormentas de nieve, desfiladeros y manadas de bisontes, pero nosotros nos atrevemos a amar. El amor nos bendice y nos maldice. Amar es lo más doloroso bajo el cielo, hasta que se purifica el corazón y lo que sentimos es, de verdad amor.

¿Como saber si es puro, el corazón? A más pureza, más amplitud, más presencia, totalidad, disolución de fronteras; menos necesidad de poseer para encubrir ausencias. Cuando el corazón es puro, no te perteneces y por tanto nadie te pertenece. Cuando es así de locamente puro,  se sabe propiedad de Dios, y se entrega. Sublime alegría.  A esa entrega seguirán otras, en esa, se supera la separación que hace posible la duda. Cesa por fin el tira y afloja del anhelo, que se sigue del no puedo, del no valgo, del no llego; queda el anhelo confiado. Puro anhelo. Queda el corazón humano.

Más allá de ese tira y afloja, reside la serenidad, esa calma del fondo del mar que no se afecta por el oleaje; esa paz del roble que recibe por igual al invierno y al estío. Es precisamente esa serenidad la tierra fértil, para el noviazgo con Dios.

Dios, es el viaje del misterio.

Dios es esa mansedumbre tuya
de permitir que Dios suceda en tu vida.
Dios es silencio,
es quitarte progresivamente de en medio,
hasta el día milagroso, de no estar
de disolverte
de hacerle lugar, en todo lugar.

Dios es la paciencia infinita
de aguardar,
hasta el día en que, en verdad
nos entregamos.

Es el Amor, detrás del velo del amor.
Misterio.