La queja es una forma más pasiva que la crítica de generar disarmonía, pero no menos tóxica. Cuando nos quejamos también hacemos sentir al otro que es inadecuado, o insuficiente. En la queja nos ponemos en papel de víctima, y allí perdemos el poder sobre nuestra vida, cerrándonos a la posibilidad de aprender.
La queja al igual que la critica, siembra culpa y la culpa es una forma de manipular. El otro al sentirse culpable se encadena a actitudes en las que dejarse abusar, negarse oportunidades y ser incapaz de ser fiel a si mismo, actitudes que le empequeñecen. Si con nuestra presencia, los demás se empequeñecen, o se alejan estamos sembrando conflicto para todos.
Quizás el que genera culpa no desee cambiar, pero el que la siente puede igualmente hacerlo. Cuando sentimos culpa hemos de saber que es un marcador de ausencia de capacidad de cuidar adecuadamente de uno mismo, reconocerlo y aprender.
Una forma segura de transformar la queja, es cultivar la gratitud, ese enfoque en que ver lo que se nos da, lo que se nos regala, lo que es bueno y bello, que nos permite nutrirnos y estar plenos.
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