La vida
en
su deseo de que todo florezca,
creó
polaridades
para
generar relaciones.
Creó el Norte y el Sur,
con
sus cargas positivas y negativas,
para
que dialogaran
los
polos del planeta,
los
átomos
y
las estrellas.
Al ver que acertaba,
ratificó
la relación como Vía,
y
la convirtió en nuestro destino…
Aguardó.
La vida es la vida,
nada
hay que no sepa,
que
no pueda,
que
no ofrezca.
No
hay lugar al que no pueda llegar,
ni
espera que la impaciente.
En su deseo de que todo florezca
creó
lo femenino y lo masculino,
y
aguardó.
Esperó a que a base de encuentros
y
desencuentros,
comprendiéramos
que
todo bajo el cielo
y
todo sobre el cielo
es
para bien,
si
lo vivimos de corazón.
Amar
es
acceder al corazón.
El
corazón… ese lugar
donde
no existen los contrarios,
sólo
las polaridades
que
se completan.
A base de querer y perder,
de querer y querer,
de llorar y aprender,
vamos comprendiendo
que las polaridades se completan…
Descubrimos que el verdadero masculino,
se conquista
floreciendo a lo femenino dentro.
Al incorporar a las mujeres
vamos dejando
de necesitarlas fuera…
y pasamos a elegirlas.
Dejamos las maniobras para poseerlas,
y descubrimos que son
como nosotros,
flechas lanzadas por la Vida
viajando hacia la luz.
A base de quererlas y perderlas,
de quererlas y quererlas,
aprendemos
que nuestra fuerza disociada de la ternura
es caricatura.
Abusa, daña, invade
oprime,
es egoísta, mezquina.
Es debilidad.
Aprendemos
que asociada a la ternura,
la fuerza no causa dolor,
lo comprende.
Lo alivia.
Aprendemos que negar
nuestro
propio dolor,
no
es hombría,
sentirlo
si.
Nos
rehace
sin
corazas,
sin
durezas,
sin
revanchas,
sin
huidas.
Aprendemos
que
nuestra fuerza enfocada hacia dentro
pierde
todo peligro,
y
gana toda inocencia.
Quizás
la fuerza inocente
sea
la versión viril
de
la Belleza.
Si.
Amándolas
re
definimos lo masculino,
lo
inventamos,
lo
estrenamos
y
lo volvemos a estrenar.
Pudiendo
dominar, aprendemos a proteger;
pudiendo
presumir, aprendemos a callar;
pudiendo
tomar… ofrecemos.
A base de quererlas y perderlas,
de quererlas y quererlas,
de aprender y aprender…
sentimos la desconcertante alegría
de caminar con ellas,
como amigas, esposas,
compañeras.
Madres, hijas,
hermanas…
Compañeras.
Son
la
otra ala
de
nuestro vuelo.
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